Comienza noviembre, el frío y se
acaba del puente de los santos. Millones de desplazamientos en carretera, unos
para ir al pueblo a rezar por los muertos, otros a evadirse unos días de la
gran urbe. Todos los años cumplimos con el
rito social y colectivo de recordar a los muertos. Los que ya no están entre
nosotros.
Los niños celebran Halloween sin
darse cuenta realmente de lo que hacen, se disfrazan, comparten chuches. Los
adolescentes ven películas de terror para pasar miedo, afortunadamente salvo
excepciones todavía no son conscientes de lo que supone la pérdida de un ser
querido. Los mayores compran crisantemos y arreglan las tumbas.
La jerarquía eclesiástica nos avisa
de que nos estamos pasando con la celebración de Halloween. ¿preocupados? Imagino que sí, cada vez tienen menos
influencia en la sociedad, les guste o no.
Me gusta esta fiesta pagana de
origen celta que ha dado la vuelta al mundo. Unos la critican por americana
otros por pagana, pero ahí está. ¿De qué nos extrañamos? Nuestros niños
consumen grandes dosis de cultura anglosajona a diario. La tele, les educa,
conforma su personalidad. Aprendemos inglés porque sin esa lengua lo tenemos dificilísimo.
Un idioma es también una cultura, no es algo aséptico y neutro.
El cementerio tras estos días vuelve
a ser un lugar vacío, desierto y desolado. En la ciudad se planifica un nuevo
camposanto de gestión privada, acorde con los tiempos. El neoliberalismo dominante no pierde ocasión de extender su ideología.
El que tenga dinero se enterrará, el que no acabará en una fosa común. Basta
darse un paseo por el cementerio para ver que hasta en la muerte hay
diferencias. En los cementerios católicos los ricos tienten panteones
familiares, mármoles y oropeles, los humildes una simple lapida.
Gerald Brennan, el famoso autor de “El
laberinto español” dono su cuerpo a la universidad de Málaga porque se quedó
escandalizado tras años de vivir en España de lo que costaba una sepultura. Su cadáver
estuvo décadas en formol, ningún estudiante se atrevía a experimentar con tan
ilustre cadáver. No hace mucho la ciudad de Málaga le regalo un entierro.
Personalmente prefiero los sencillos
cementerios musulmanes, donde un simple mojón indica la presencia de lo que un
día fue un amasijo de sueños y emociones.
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